domingo, enero 15, 2006

El Quijote en la Postmodernidad. El futuro de la novela*
















Bruno Marcos

Hace tiempo que asistimos a la decadencia de las artes, la permanente crisis de la pintura, la deriva sin rumbo de la vanguardia, y, en general, la franca debilidad intelectual del arte contemporáneo. También vemos a la filosofía disolverse en la sociología y a la poesía retirarse de la conciencia de la época.
Sin embargo, sorprende ver con qué vitalidad transita la novela por el escaparate de las actividades culturales. Se da en el género una cuantiosa creatividad, un negocio productivo y la presencia de los novelistas es importante en los medios de comunicación y en la vida pública. Ante tal vigor nos asaltan algunos interrogantes: ¿Será la novela, como algunos dicen, tan sólo un entretenimiento?¿Ocurrirá que, tal vez, no sea, ni siquiera, literatura?
Pero, quizá, la cuestión a contemplar no sea si la novela comulga o no con la cultura del espectáculo, con las liturgias de la banalidad que quieren convertirse en el escenario de nuestras vidas, sino, más bien, pensar por qué nos gustan tanto las novelas, por qué seguimos leyéndolas y por qué seguimos escribiéndolas.
Cada civilización ha tenido su expresión artística preferida: Egipto la arquitectura o el Renacimiento la pintura. ¿Qué significaría, entonces, que hoy la novela fuera la principal de las artes de nuestro tiempo?
Se podría objetar que no es así, que el cine la gana, pero no debemos dejar de ver al cine como una ampliación técnica de la novela, ya que este optó, mayoritariamente, por lo narrativo, por la ficción del montaje y la elipsis temporal, en lugar de escoger el cientificismo óptico o el documentalismo aséptico y neutro con el que había aparecido en manos de sus inventores, los hermanos Lumière, y obras suyas como La llegada del tren o La salida de los obreros de la fábrica.
Es así que la adopción de lo novelesco por parte del cine viene a confirmar que la época moderna elige como género principal la narrativa. Es la novela, sin duda, el género de la Modernidad y, también, de su epílogo, la Postmodernidad. Hasta tal punto es de esta manera que en el término “novela” parece ir incluido el otro de “moderna” como si sólo hubiera novelas modernas. De ahí que al decir que el Quijote, tal vez, sea la mejor novela moderna esto sea equivalente a decir que fuera la mejor novela de todas.
¿Pero había novelas que no fuesen modernas?¿Qué ocurre con, por ejemplo, La divina comedia? La consideramos, más bien, un poema fantástico aunque la leamos como una novela. Lo mismo podemos decir de la Biblia.
Es sabido que la época Moderna instauró, en el centro de la inteligencia, a la razón expulsando del presente todo lo que no era pensable por ella. Sin embargo permitió a las grandes obras del pasado que nos siguieran maravillando como algo exótico mientras se iba desencantando paulatinamente el mundo. No olvidemos que el Quijote surgió como una empresa de descrédito de la fantasía –las novelas de caballería-.
La capacidad de la novela para gestionar, con más verosimilitud que ningún otro género, el realismo ha hecho que sobreviva, magníficamente, frente al derrumbe estrepitoso de todas las demás disciplinas y géneros, aunque como ellos, antes, también se ocupase de lo imaginativo.
Lo narrativo tiene un vínculo ontológico con lo real, en tanto que surge como relato de lo pasado. En la trasmisión oral de los acontecimientos ocurridos lo literario debió aparecer en el margen, en la franja abierta por la mentira, la falsificación o la pérdida accidental de la información. No en vano el tiempo verbal preferido de la novela es el pretérito. Esto propicia que la novela sea adoptada como género principal para lo moderno mientras a las demás disciplinas se las permite que sigan agonizando como ejercicios de nostalgia o como capítulos de la ejecución del espíritu mágico. Lo narrativo tiene, además del aliciente de la experiencia vicaria monitorizada por el suspense, la fuerza y la inmediatez de lo testimonial. Esto era bien conocido por las experiencias históricas de la literatura sagrada, si bien, la novela moderna no necesita encantar con lo fantástico porque pretende desencantar con lo real.
A colación de esto es que nos preguntamos: ¿Son sólo novelas las novelas modernas?¿Será, tal vez, el Quijote la mejor novela de la historia más allá de la Modernidad, cuando el desencantamiento del mundo haya concluido?¿Será la narración en sí algo significativo en el futuro, cuando el pasado, deslegitimado –como novelas de caballería-, no nos importe?
El Quijote, bajo mi punto de vista, trasciende transmutando en una grandísima obra porque, aunque sigue siendo un libro de risa, se va olvidando, a medida que avanzan las páginas, de la sátira, se aleja del esperpento, rehuye del rencor del ímpetu burlesco con el que se había iniciado y, en definitiva, porque deja de ser una novela, y, sobre todo, porque deja de ser una novela moderna para convertirse en una obra del hombre, sobre el hombre, para el hombre.
Creo que Cervantes entiende, pues, la obra, a la postre, como un humanismo. Los que sueñan son, al fin y al cabo, tanto víctimas de la fantasía cuanto de lo real. Las aspas de los molinos de viento confundidas con los brazos de los gigantes, los palos de los venteros, la lluvia de piedras de los galeotes recién liberados o las burlas de la Ínsula Barataria emergen, en el ingenio de Cervantes, para sancionar el ideal ridículo pero acaban por denunciar la crueldad del mundo. Con una extraña pirueta se invierte el sentido de la moraleja para dejar al desnudo que la realidad es deleznable, y que por ser la realidad real no se justifica. ¿Acaso no sea la locura un bien cuando esta realidad se vuelve irrespirable?¿Acaso no ha consagrado la conciencia colectiva a el Quijote, el personaje, por encima de Cervantes, el autor, al loco por encima del cuerdo?
Pero, ¿qué ocurrirá con la novela de ahora en adelante? Hoy leemos a Homero como una colección fantástica e imaginativa de acontecimientos con algún contenido moral, pero debemos recordar que, en la antigua Grecia, la educación del pueblo estaba en manos de estos textos. En la actualidad la novela no podría aguantar, ni en broma, semejante comparación. Homero nos da una visión total de su época en su literatura; la novela, desde el Quijote, ya había renunciado a esa colosal ambición, que la Ilustración quiso resolver con la enciclopedia.
Borges, en uno de sus más enigmáticos cuentos, nos describe la peripecia intelectual de un imaginario escritor que acomete la estrambótica empresa de escribir, en el siglo XX, el Quijote. En esta narración, trufada de citas metaliterarias y titulada Pierre Menard, autor del Quijote, leemos cosas como: “el Quijote —me dijo Menard— fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.” “el Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología.” “No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote.”
Basten estas tres citas para constatar que la novela ha dejado de ser un absoluto para transformarse en algo fragmentario y que, de paso, se ha convertido en un tema propio de la Postmodernidad, ese estado de desilusión de la Modernidad en el que se pierde la fe en los proyectos utópicos, pero, en cuyo seno, aunque sea de forma inercial, se siguen desarrollando la razón y el desencantamiento. La Postmodernidad acoge a la novela como un efecto de ella más que como un descriptor de la época. Asume que es consubstancial a nuestro tiempo, a nuestra circunstancia, la curiosidad, incluso la curiosidad microscópica, la búsqueda de lo real hasta la obscenidad que conlleva el exceso de escena, el exceso de exposición, la excesiva observación. Tanto es así que, hoy, esa extraña curiosidad se ha vuelto la única actividad posible con lo cual tendremos narraciones –novelas o películas- para rato.
Así que, aunque, en la actualidad, se deje de aspirar a escribir novelas totales, novelas que metan el mundo dentro de ellas, es de creer que seguirán proliferando los cuentos, historias que serán cada vez más insignificantes, más nimias, más locales y personales, narraciones de los pequeños relatos que se multiplicarán en cantidad hasta el infinito, en una biblioteca enorme, afectada por el mal de archivo, donde no habrá grandes autores pero donde todos serán extremadamente interesantes. Casi todos seremos escritores de cuentos camuflados de novelas, cuentos, cada vez más cortos, hasta casi desaparecer quizá devueltos –ojalá- al ser oral y efímero como aquellos que narraban, a sus próximos, los antiguos a la luz de la hoguera, aunque esta hoguera no será otra cosa que una red mundo.


*Artículo aparecido en el Filandón del Diario de León el Domingo 15 de Enero de 2006.


4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí

enero 18, 2006 9:50 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

el fuego todo lo purifica

enero 18, 2006 9:53 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Muy bueno el artículo, me ha gustado la idea de extender la novela más allá de la moderna.

enero 18, 2006 7:29 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Gracias por el regalo de tus artículos.Estoy leyendo Neverrmore. Un saludo y feliz año 2006

enero 18, 2006 7:30 p. m.  

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